Andrés se declara producto de la música que escuchaba de niño en las casettes del coche de su padre. La lista es larga y variada: de Juan Luis Guerra a Rosendo, de Jose Afonso a Franco Battiato, de Sabina a Milladoiro. Extraña mezcla, que le identifica con un amplísimo concepto personal de la canción de autor que también pasa por Serrat, Antonio Vega, Enrique Urquijo o Javier Ruibal. O por Damien Rice y Glen Hansard, dos de sus grandes iconos, con historias que también comenzaron en la misma calle, en el caso de Hansard para conducirle hasta un Oscar.
La historia de Andrés Suárez tiene las dosis de romanticismo que requiere cualquier artista que vaya por el mundo narrando sus vivencias. De muy crío iba por los bares de Ferrol con más de un grupo. Dio el salto a Santiago, una ciudad a la que llegan gallegos de las cuatro provincias con algo que contar y donde amplió el círculo de escenarios en los que seguir rodándose. Allí fue donde empezó a crear composiciones que alternaba con los clásicos del coche familiar. Grabó su primer disco, De ida, que le permitió salir de gira, pero cinco años después de su llegada a la capital gallega, a razón de cuatro conciertos semanales, consideró que había llegado la hora de Madrid.
“Tenía 20 años y muchas ganas de tocar en el metro”, confiesa Andrés. Además, en Galicia ya le había visto todo el mundo que tenía que verle. Y fue así como llega a Libertad 8 y cayeron sus siguientes discos. Maneras de romper una ola (2008), Piedras y charcos (EP, 2010), Cuando vuelva la marea (2011) y, finalmente, Moraima (2013), nombre de mujer que se identifica con la imagen que tiene de la materia prima de su profesión: “La música es mujer”.